Muchos creen que beber es un placer. Una copa de vino tinto
o una cerveza suele ser un premio que muchas personas se dan a sí mismas al
final de su jornada. Pero a nivel cerebral esta acción no supone ningún
galardón ni nada remotamente sano.
Contrariamente a lo que la gente piensa, esta bebida es un
depresor del sistema nervioso. Aunque nos haga bailar y hablar de manera
deshinibida, en nuestro cuerpo se produce una reacción a la inversa: ese
bienestar y esa relajación provienen de la depresión de mecanismos
inhibitorios. Es decir, los frenos que tiene nuestro cerebro se apagan.
El alcohol afecta directamente al circuito de recompensa
que está dentro de nuestro cráneo. Esta área contiene neuronas que se proyectan
hacia numerosas regiones del cerebro, desempeñando un papel fundamental en la
motivación, el deseo, el placer y la valoración afectiva.
Al beber, se estimula la creación de la dopamina, un
neurotransmisor que se podría considerar como la gasolina que enciende el
circuito de recompensa. Cuando una persona suele beber, por ejemplo, todos los
días en los famosos ‘after works’, su cerebro se acostumbra a un cierto nivel
de dopamina para que sienta placer. Pero cada día ese nivel debe ser más alto
para llegar a experimentar bienestar.
Eso hace que las personas que estén acostumbradas a beber
cada vez necesiten más alcohol para notar las sensaciones que tenían con las
primeras copas que tomaron en su vida.
El nivel de dopamina de los consumidores habituales de
alcohol suele ser bastante inferior al de las personas que no beben. En los
casos más graves, en los de alcoholismo, esta falta de dopamina causa un estado
denominado hipodopaminérgico, que se caracteriza por la anhedonia (falta de
placer) y falta de motivación. La desgana se apodera de estas personas, y no
son pocos los que confunden este fenómeno con una resaca continua.
¿Pero qué ocurre cuando una persona deja de beber
habitualmente? ¿Su cerebro se recupera? Diversas investigaciones señalan que
una persona que haya tenido una relación estrecha con el alcohol durante 30
años tiene un cerebro que puede llegar a pesar 100 gramos menos que el de una
persona sobria. Un estudio publicado en la revista Proceedings of the National
Academy of Sciences ha llegado a la conclusión de que los que beben
alcohol de manera frecuente tienen un cerebro que funciona de manera distinta.
Y que esa alteración dura para siempre: sus niveles de dopamina siempre serán
más bajos y por eso necesitarán del alcohol para intentar subirlos, y de esta
forma, experimentar placer.
Esa falta de motivación de la que hablábamos antes está
especialmente presente en las tres semanas posteriores al abandono del alcohol.
Por eso en ese momento suele ser más habitual las recaídas y la vuelta a la
botella. Pasado ese tiempo, el cerebro actúa con una respuesta rebote: creando
demasiada dopamina, en un shock que puede terminar en un estado hiperdopaminérgico,
un fenómeno realacionado con la esquizofrenia y en el que se pueden presentar
alucinaciones o ideas psicóticas.
Así que todos aquellos que suelan beber todos los días,
aunque solo sea una cerveza, y dejan el alcohol, notarán una cierta apatía y
bajón emocional. Es un proceso normal: son los desagradables efectos
secundarios de un proceso de desintoxicación que a la larga es muy beneficioso.
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